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Autor: Comunicaciones
23 de Noviembre de 2021
Tiempo de lectura: 21 minutos
Desde el final de la última glaciación, hace aproximadamente 11.000 años, el planeta ha aumentado su temperatura gradualmente, lo que se conoce como un periodo interglaciar, dentro de los ciclos naturales de enfriamiento y calentamiento global. Sin embargo, en los últimos dos siglos este incremento se ha acentuado por la emisión de los gases de efecto invernadero como consecuencia de la actividad humana, en particular de la industrialización a gran escala. Esto ha hecho que lo que ocurría de forma natural, a lo largo de milenios, esté sucediendo a una tasa nunca antes registrada y los ecosistemas, que en condiciones naturales se adaptarían paulatinamente a estos cambios, no están logrando responder a semejante cambio.
A causa de este calentamiento acelerado, los glaciares (superficies de hielo características de las altas montañas y de las zonas polares) se están derritiendo en todo el mundo, haciendo que su área y grosor disminuyan. Como resultado, hay un aporte inmenso de agua líquida que fluye hacia el océano, elevando el nivel del mar y alterando las condiciones adecuadas para la supervivencia de la vida marina.
Igualmente, los grandes bloques de hielo se desprenden de las zonas polares, abriendo espacios en lo que antes era una inmensidad congelada. La disminución de superficie glaciar hace que la energía solar no se refleje en la misma proporción hacia el espacio, sino que sea absorbida por la superficie, cambiando el clima local y aumentando aún más la temperatura del planeta.
Se calcula que para el año 2100, el nivel del mar se incrementará entre 30 cm y 2 m. Un aumento de apenas 50 cm inundaría grandes áreas costeras, entre ellas algunas de las ciudades más importantes del mundo como Nueva York, Shanghai, Tokio, Yakarta o Ámsterdam. Las consecuencias sociales, económicas y ambientales serían incalculables.
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La pérdida de los glaciares no solamente ha cambiado los paisajes de alta montaña y de las zonas polares; a pesar de que el aumento del nivel del mar no ha sido tan notorio, de continuar la tendencia se inundarán grandes extensiones costeras, obligando a la reubicación de millones de personas, destruyendo cultivos y otras áreas productivas y ocasionando la desaparición de infinidad de islas de baja elevación, muchas de ellas habitadas. Países enteros como las Maldivas o Tuvalu podrían desaparecer completamente. Los altos niveles del mar aumentarán los efectos de huracanes y tsunamis, impactando áreas aún mayores y a muchas más personas.
Todo lo mencionado, ocasionaría pérdidas económicas astronómicas, efectos climáticos que no necesariamente entendemos o podemos predecir; implicaría además una presión adicional sobre las áreas no inundadas, exacerbando los impactos ambientales que de por sí sufren ya los ecosistemas que aún persisten allí. Así mismo, la respuesta de los diferentes países va a depender de la extensión del impacto y de sus capacidades de respuesta, que desafortunadamente no son iguales, haciendo que naciones pobres sufran consecuencias aún peores.
De manera que, a pesar de que muchos de estos efectos no parezcan afectarnos directamente, no es menos cierto que muchos de nuestros hábitos tienen consecuencias en el clima global, contribuyendo al incremento de la temperatura del planeta. Muchas cosas que podemos hacer cotidianamente pueden ayudar a disminuir la velocidad a la cual la Tierra se está calentando. A pesar de que el reto es inmenso y que pensemos que no podemos hacer nada, nuestras decisiones individuales pueden generar un cambio colectivo que contrarreste el daño que hemos hecho a nuestra casa. Nuestra supervivencia y la vida de otros seres vivos que nos acompañan depende de ello.
Por: Sergio Andrés Llano Consuegra, docente del Programa de Biología de la Universidad El Bosque.
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