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Universidad El Bosque
24 de Mayo de 2024
Tiempo de lectura 8 minutos
Desde mi experiencia personal, hablar en público fue uno de los mayores retos personales y profesionales a los que me he enfrentado, piensenlo. La sola idea de ponerse de pie frente a un grupo de personas, sean diez o quinientas, puede despertar una mezcla incómoda de emociones: nerviosismo, inseguridad, sudor frío, respiración agitada e incluso la sensación de que la mente se queda en blanco. Este temor, que a menudo llamamos pánico escénico, es más común de lo que se cree, y no distingue entre personas tímidas o extrovertidas, novatos o expertos.
Voy a explicar de dónde proviene este miedo y cómo hablar en público: Ese miedo tiene raíces profundas. Durante gran parte de nuestra historia como especie, pertenecer y ser aceptados por el grupo era cuestión de supervivencia. Ser observado, juzgado o rechazado podía significar aislamiento y, con él, un riesgo real para la vida. Aunque hoy no nos enfrentemos a depredadores ni al destierro, nuestro cerebro todavía interpreta la atención de muchas miradas como una amenaza potencial. De ahí que, cuando nos encontramos frente a una audiencia, se active un mecanismo de defensa ancestral: la adrenalina recorre el cuerpo, el corazón late con fuerza, la boca se seca, las manos sudan y la mente parece rebelarse.
Pero, cómo hablar correctamente en público:
En las técnicas para hablar en público anteriores, la idea era ganar algo de confianza al exponerse a estas situación, acá lo que busco es darte algunos tips para que transmitas confianza a tus interlocutores.
Superar el miedo a largo plazo requiere práctica constante. La oratoria no es un talento reservado para unos pocos; es una habilidad que se construye, como un músculo que se fortalece con el uso. Buscar oportunidades para hablar en reuniones, ofrecerse como presentador en eventos internos o unirse a grupos especializados en oratoria son formas efectivas de ganar experiencia. Al principio, lo ideal es empezar con audiencias pequeñas y, poco a poco, atreverse con grupos más grandes. Con el tiempo, el cerebro deja de interpretar la situación como una amenaza y la transforma en un reto estimulante. Te presento dos errores comunes:
Ahora bien, no todos los escenarios son iguales acá te explico cómo hablar correctamente en público. El tamaño del auditorio influye enormemente en la manera de presentarlo. En una sala pequeña, con menos de veinte personas, la interacción es más cercana. Aquí es posible entablar un diálogo casi personal, escuchar preguntas y responderlas en el momento, e incluso adaptar el discurso según las reacciones inmediatas. El tono puede ser más conversacional, y los gestos, más discretos. La proximidad física crea un ambiente de confianza, pero también exige autenticidad: cualquier gesto forzado o inseguridad se percibe con facilidad.
En espacios medianos, con entre veinte y cien personas, la dinámica cambia. El orador debe proyectar más la voz y cuidar que todos puedan ver y escuchar con claridad. Los recursos visuales —presentaciones, imágenes, videos— juegan un papel importante, pero siempre como complemento, no como sustituto del discurso. Aquí es útil alternar momentos de explicación con breves interacciones, como preguntar la opinión de la audiencia o pedir que levanten la mano para responder a una cuestión sencilla. Estas pausas participativas reactivan la atención y generan un ambiente más dinámico.
En auditorios grandes, con cientos de personas, el reto principal es mantener la conexión emocional a pesar de la distancia física. El lenguaje corporal debe ser más amplio para que quienes están lejos perciban energía y presencia. La voz necesita una proyección firme, apoyada por un buen sistema de sonido. Las historias o ejemplos concretos se convierten en aliados esenciales para que el mensaje no se diluya. En este tipo de escenarios, no se puede improvisar la estructura: es fundamental que cada bloque de la presentación esté claramente definido y que las ideas centrales se repitan o refuercen para que queden grabadas.
Además del manejo del espacio, existen herramientas que pueden potenciar cualquier intervención. El storytelling, por ejemplo, convierte datos fríos en experiencias que el público puede imaginar y sentir. Una historia bien contada puede hacer que un concepto técnico se vuelva memorable. El uso consciente de la voz —variando el tono, el ritmo y el volumen— mantiene la atención y evita la monotonía. Un discurso plano y uniforme, por más interesante que sea su contenido, corre el riesgo de perder oyentes.
También es importante cuidar los apoyos visuales. Una diapositiva cargada de texto suele alejar la atención de quien habla; lo ideal es que las imágenes y frases clave acompañen, no sustituyen, el discurso. El público debería poder entender la idea principal de un vistazo, sin tener que leer párrafos completos mientras el orador habla.
Este consejo para hablar en público es muy importante, porque nosotros aprendemos de lo que miramos y sirve como foco de referencia y para inspirarnos, vale la pena observar a grandes comunicadores. Steve Jobs, por ejemplo, sabía que una pausa bien colocada podía generar expectación y que la simplicidad visual reforzaba el mensaje. Michelle Obama proyecta cercanía con su lenguaje corporal abierto y su tono conversacional, mientras que Barack Obama combina dicción impecable con historias que apelan a las emociones. Ninguno de ellos nació con esas habilidades; las desarrollaron a través de la práctica deliberada, la preparación minuciosa y la disposición a aprender de cada experiencia.
Al final, hablar en público es una experiencia que mezcla técnica y autenticidad. Las técnicas ayudan a ordenar ideas, a proyectar la voz, a usar el cuerpo como herramienta de comunicación. Pero la autenticidad —la capacidad de mostrar pasión, de conectar con lo que se dice y con quienes escuchan— es lo que deja huella. El miedo puede no desaparecer del todo, pero puede transformarse en una energía positiva que dé vida al mensaje.
Por último, también puedes hacer un curso para hablar en público porque cada vez que se sube a un escenario, se abre una oportunidad para influir, inspirar o enseñar algo que quizá cambie la perspectiva de alguien. Y esa posibilidad vale la pena el esfuerzo de enfrentarse a los nervios, de prepararse y de aprender a disfrutar el momento en que todas las miradas se vuelven hacia uno. Porque, al final, la oratoria no es un acto de perfección, sino un acto de entrega.
Vigilada Mineducación. Personería Jurídica otorgada mediante resolución 11153 del 4 de agosto de 1978.
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